Tus labios rojitos como esa fresa recién observada con calida mirada; y rehuiste mi mirada mas te encantaba ese juego hermoso de cazador de perfume.
Recorrí tu piel y besé tus hermosas piernas, sentí que la pasión nacía en tu alma, delirabas cual ninfa en ese olimpo de ensueño.
Apretaste mi mano y sentí tu piel cual seda que arrebata, que toma y me descontrola; ese contacto que enerva el fondo de mis extrañas.
Me dejé arrastrar en ese instinto salvaje
de besarte sin tocar la comisura de tu boca, pero nos amamos, ¡como la tierra al sol!
Tus prendas se fueron deslizando y se fue formando la esfinge de dos seres que se entregaban a la dicha de las diosas.
Sexo, placer y vino, alucinantes del destino, seguí con los ojos pegados a tu preciosa hermosura que me cantaba mil notas con esos labios que me transportaban a ese universo…
Donde me perdía en la armonía de saber que la madrugada llegaba y con ella, de mi lado marchabas.
Autor: Eduardo Peñaranda
Recorrí tu piel y besé tus hermosas piernas, sentí que la pasión nacía en tu alma, delirabas cual ninfa en ese olimpo de ensueño.
Apretaste mi mano y sentí tu piel cual seda que arrebata, que toma y me descontrola; ese contacto que enerva el fondo de mis extrañas.
Me dejé arrastrar en ese instinto salvaje
de besarte sin tocar la comisura de tu boca, pero nos amamos, ¡como la tierra al sol!
Tus prendas se fueron deslizando y se fue formando la esfinge de dos seres que se entregaban a la dicha de las diosas.
Sexo, placer y vino, alucinantes del destino, seguí con los ojos pegados a tu preciosa hermosura que me cantaba mil notas con esos labios que me transportaban a ese universo…
Donde me perdía en la armonía de saber que la madrugada llegaba y con ella, de mi lado marchabas.
Autor: Eduardo Peñaranda
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